
4/19/23
Pepe Forte en Facebook
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Parodiando la circunstancia
eléctrica y el título del disco de Rod Stewart, de 1993, el
presidente está “unplugged” de la realidad, y “seated” sobre
ella…
Como de seguro —o tal vez— ustedes se enteraron a través de los
despachos de noticias esta semana, la EPA, es decir la
Enviromental Protection Agency, o dicho en español, la Agencia
de Protección del Medioambiente, que es un entidad gubernamental
de los Estados Unidos, impelida por la actual administración
Biden-Harris, ha anunciado que establecerá nuevos parámetros de
emisión de gases para los vehículos basados en motores de
combustión interna —los marcadores más severos en años—, para
los modelos entre los años 2027 y 2032. La exigencia planea
reducir la emisión de los llamados gases invernadero en un 56%
por encima del parámetro en vigor hasta el año 2026. Esto es en
cuanto a los vehículos de “talla normal”, porque a los más
grandes, o sea, los camiones ligeros y los furgones, el
incremento es más pequeño pero aún alto, de un 44% por encima de
los existentes para esas categorías, también hasta el año 26.
Esta nueva norma, esgrimida un puñado de años antes, habría
hecho encanecer a los ingenieros de las automotrices, porque se
habría interpretado como un esfuerzo por cavilar sobre inyección,
compresión, explosión y escape para, a través de la magia que
ocurre dentro de un cilindro, lograr más millas por galón en la
corrida y obtener menos contaminación una vez concluido el
proceso allá en el esfínter del carro, pero ahora la cosa es (parece,
parece…) más fácil: canalizar menos polución a través de la
fabricación de más vehículos eléctricos, lo que conduce al
cálculo que ha emanado de esta noticia, que el presidente Joe
Biden espera que para el año 2032, 67% de los vehículos nuevos
que se vendan en EEUU, sean eléctricos… incluidos los carritos
de helado.
En adición, 50% de los buses de transporte colectivo de rutas,
los camiones de la recogida de basura, y cerca de una cuarta
parte de los camiones de carga de larga distancia, han de ser
eléctricos, en menos de un decenio.
La noticia ha generado una variedad de reacciones, aunque la
mayoría de ellas no han venido acompañadas de vítores ni de
aplausos.
Más allá de la necesidad que tenemos de cuidar la casa grande de
la que Gagarin desde el espacio en el año 1962 dijo que era azul,
de barrerla y desempolvarla como hacía con la suya más pequeña
cada mañana mi abuela, de tener vehículos menos tragones y
humeantes, y de irnos desprendiendo de la energía originaria en
añejo de dinosaurios, hay que poner en perspectiva esta prisa
con trajecito verde.
Como la idea (bueno, es lo que dicen…) es evitarle la neumonía
al planeta, el volumen de emisión de gases se espera que baje
dramáticamente para el año 2055 de lograrse estas expectativas,
y el número citado es, con mucho, más del doble de las cifras
del 2022. Y aquí hay que contar con las estadísticas la de
China, nunca confiables, pues Estados Unidos es el tener mercado
mundial de autos eléctricos, detrás de ese asiático, y del de
Europa.
Hay un pujo de electrificación de las cuatro ruedas. Ya se sabe
que, por ejemplo, el estado de California prohibirá la venta de
vehículos nuevos que no sean eléctricos comenzado en el año
2035, y lo mismo hará pero con guillotina de cinco años antes —para
el 2030—, el estado de Washington, también en la costa Oeste,
pero por donde sale el sol en EEUU soplan los mismos vientos de
altruismo ambiental, porque New York tiene igual tren de
pensamiento. Mientras tanto, se espera que pronto muchos otros
estados de la trama y urdimbre del país adopten barreras
semejantes para los carros con esófago que traga gasolina.
Estas normativas, como la de California, no prohíben el uso o
venta de autos de combustión interna; lo que exigen es que todos
los vehículos nuevos a vender, por ejemplo en el estado, a
partir del año 35, tienen que ser exclusivamente eléctricos o
híbridos plug-in. ¿Qué los californianos podrán seguir usando
sus tiranosaurios diesel y de gasolina? Sí… hasta que los DMV’s
de los condados un día por la mañana se levanten y digan, a
partir de esta fecha dada, no renovaremos las matrículas de los
autos de gasolina desde el año tal hacia atrás (es lo que
creemos que va a pasar). Y ya que decimos esto, antes de
proseguir, debe quedar claro que, según las fuentes, este
requerimiento de la EPA, promovido desde la actual
administración, no es una prohibición diáfana de los vehículos
de combustión interna, pero evidentemente es una movida política,
especialmente si se tiene en cuenta que el actual director de la
EPA, Michael Stanley Regan, en el cargo desde el 11 de marzo del
año pasado, fue nombrado por el presidente Biden, y se supone
que respondería a sus políticas; Regan es el primer director
afroamericano en la historia de la entidad. Según el tweeter de
Biden, fechado el miércoles de esta semana, 12 de abril, el
texto —populachero y lejos de ser un paradigma de redacción—
reza que, “hoy, mi administración está anunciando una propuesta
de nuevos estándares de emisiones para autos y camiones, que
cortarían nuestros escapes de CO2 en alrededor de 10 billones de
toneladas cúbicas, y mejoraría la salud de millones de personas,
mientras le ahorraríamos dinero al pueblo. Eso sería cerca de la
mitad de las emisiones anuales de los Estados Unidos” (nuestra
traducción al español supera el original en inglés, que ignora
lo de “cúbicas”, y “personas”).
A pesar de todo, las especificaciones precisas de la EPA aún no
han sido publicadas, aunque se presume que serán intensas. Pero,
por ejemplo, las actuales de hasta el 2026 estuvieron listas en
la primavera del año 2020, en plena pandemia, y no fueron tan
severas como inicialmente se especuló, para el período
2021-2026. Por ejemplo, la eficiencia inicialmente propuesta por
Obama de tener la inalcanzable entonces y todavía por ahora
autonomía de 54.5 millas por galón, bajó luego a 46.7, y
finalmente terminó en 40.4… pero hay que recordar que este
número se debe a que Trump presionó para revertir el disparatado
número de Obama.
De modo que hay que esperar a ver con cuáles mandamientos, como
Moisés, se baja la EPA escritos en la tableta de piedra. Por
otro lado, la
National Highway Traffic Safety Administration (o sea, la NHTSA)
también se espera que publique sus propios estándares antes que
termine este mes de abril.
Mientras, los fabricantes cooperan. Mas fabricantes están
haciendo más carros eléctricos, hay más fabricantes haciéndolos,
y ahora hay también más modelos. Pero, como dice el refrán, una
cosa piensa el borracho, y otra el camarero: en el último año ha
habido un incremento de ventas, pero los carros eléctricos
todavía no son populares y, peor aún, son temidos o preocupantes,
y mucha gente los rechaza. Por ejemplo, el año pasado se produjo
un incremento de ventas de ellos de un 3.1 %, pero aún así los
autos eléctricos representaron un sólo un 5.8% de las ventas
totales de coches de este tipo, de las 13.8 millones unidades de
vehículos vendidas. Y esta es una cifra alta si comparada con el
histórico sostenido 3.4% de ventas de autos con protagonismo
eléctrico (decimos ‘con protagonismo eléctrico’, porque en esta
estadística entran también los híbridos y los híbridos tipo
plug-in, no sólo los EV’s nada más) que ha sido el porcentaje
como que impertérrito desde que en el año 2001 empezó venderse
el Toyota Prius en los Estados Unidos, que fue en realidad el
primer híbrido de masas en el país, y sigue siendo el
emblemático del segmento.
Aunque las opiniones de los analistas son divergentes acerca de
la popularidad en términos relativamente inmediatos de los autos
eléctricos, es decir, unas son más optimistas que otras, como
por ejemplo, la proveniente de investigadores de la Universidad
de Berkley, que asegura según un estudio que para el año 2035
todos los vehículos en los Estados Unidos serán eléctricos (es
decir, lo mismo que persigue California con su ordenanza), sin
embargo en contraste el analista Karl Brauer de la entidad
iSeeCars, dice que incluso esta perspectiva de Biden del 67% de
los carros eléctricos en el mercado, para llevarla a vías de
hecho, requiere de unos niveles totalmente irrealistas de
inversión en todo el esquema, desde la producción misma de los
vehículos, hasta la infraestructura que los apoya en todo
sentido, léase recarga y mantenimiento. Brauer incluso argumenta
que la implementación de la política de Biden canalizada a
través de la llamada Acta de Reducción de la Inflación, en
realidad redujo el número de autos eléctricos que calificaban
para el estímulo federal de los $7,500 para deducción de
impuestos.
Muchas fuentes noticiosas, repetimos, insisten en el punto de
que esta nueva normativa de la EPA, no, definitivamente no
significa una prohibición de los autos de combustión, ni que
esté forzando a la gente a adquirir vehículos eléctricos. En su
lugar, dicen que lo que se trata es de un paso lógico en la
política general del gobierno —yo diría, la administración
actual— de empujar un más limpio sistema de trasporte. La previa
propuesta del actual presidente de reducir para el año 2030 la
mitad de los vehículos de combustión interna, no se basa
exclusivamente en autos totalmente eléctricos, sino que incluye
los híbridos tipo plug-in, y las llamadas de células de
combustible, que básicamente son los carros de hidrógeno. Pero a
pesar de la afanosa gestión anestésica de la prensa —o una parte
de ella—, con su mensaje lubricado con vaselina, mucha gente
sigue interpretando este empuje por los autos eléctricos como
veladas modalidades de tiranía. Y estos pareceres los
interpretan así políticos, sobre todo de la bancada conservadora.
Por ejemplo, la senadora republicana por el estado de West
Virginia, Shelley Moore Capito, expresó sobre el trino medíatico
del presidente el miércoles que, “hoy la administración de Biden
ha dejado bien claro que quiere decidir por los norteamericanos
qué tipo de carros o camiones se les permitirá comprar, arrendar
o manejar”.
Una encuesta de Associated Press-NORC, del Centro de
Investigación de Asuntos Públicos y del Instituto de Política
Energética de la Universidad de Chicago, revelada esta misma
semana, arrojó que 47% de los americanos dijo que difícilmente
compraría un eléctrico como su próximo carro, aduciendo la
carencia de opciones de recarga y las barreras de los altos
precios de los coches de este tipo. La indagación también reveló
que sólo 4 de 10 ciudadanos estaría dispuesto a hacer el cambio
de litros a amperes. Y con tanta e insospechada polarización
partidista por la que penosamente atraviesa el país, el lado
político también asomó la cabeza en el sondeo: más de la mitad
de los republicanos (54%) expresó su preferencia por los carros
de gasolina, y 35% dijo que no estaría de acuerdo con unas más
estrictas regulaciones de la EPA si éstas son establecidas en el
afán impulsar la venta de autos eléctricos. Yep… lamentablemente
en este asunto están presentes la política, una administración u
otra, el partidismo y el asunto bicameral, ya si el congreso se
inclina más al lado demócrata que al republicano, y viceversa. Y
Hollywood… (qué carro tiene Whoopi Goldberg?).
Como detalle, baste patentizar que la pesquisa de APress-NORC se
realizó sobre 5,408 personas, entre el 31 de enero y el 15 de
febrero de este año.
El entuerto podría tener un impacto electoral, pues muchos
ciudadanos traducen la propuesta como presión, y a la presión
como una mortificante agenda política, y hay mucha gente que no
quiere hacer un crossover o una transición forzada a vehículos
eléctricos.
La preocupación del automovilista común ya no mira tanto la
autonomía, semejante como promedio a la de un tanque de gasolina
—y en muchos casos superior a la de éste—, sino que de los
coches eléctricos lo que más sigue pesando en la ecuación de la
ansiedad es la disponibilidad de cargadoras públicas, y el
tiempo de recarga pero, además, ¡ay!, hay otro punto de más
dolor: el precio de los autos eléctricos. Los EV’s son caros, y
además como estamos abocados a una recesión —aunque hay mucha
gente que cree que no es cosa de futuro, sino que ya está aquí,
pero que los medios, la mayoría de ellos liberales, están
tapando la bola—, eso dilata la posibilidad inmediata de compra
de un EV por cualquiera. Y preocupa también que lo último que
nos quedaría por ver —¡junto con la escasez de queso crema y el
costo de una docena de huevos (y no los de la gallina de oro
precisamente)!—, es elevarse el desempleo que, por su índices,
bajísimos, es el único consuelo que tenemos… por ahora. Estas
cuitas ciudadanas ponen al prospecto a pensar dos veces antes de
embarcarse en una nueva mensualidad, esta vez por un
electrocarro. Según estimados del Kelly Blue Book, el precio
promedio de los carros eléctricos rebasa los $58,940 mil dólares,
precio que, en circunstancias normales, es el de un carro del
bracket de los coches de lujo, que no todo el mundo puede pagar.
Así que el “bidenistic sixtyseven” y sus entusiastas
notificaciones vía pajarito celeste, tienen delante un monolito
por el momento infranqueable: la oposición del consumidor
norteamericano. Es verdad que Joe Biden puede contar con su
base, los compradores liberales y demócratas, que por fidelidad
o por ideología son más cooperativos con sus planes, pero en
general los automovilistas norteamericanos, no importa por quién
voten en las urnas, ven con preocupación la electrificación,
incluso en los estados azules. Pero quieras que no, a menos que
sea muuuuuuuy grande, tu cuenta de banco termina tirándote de la
manga… eso, sin olvidar un aspecto psico-social que, aunque
admitamos que la historia siempre ha demostrado que es tanto
errado como transitorio, existe: la resistencia al cambio.
Aunque como dice Eugenio Derbez, que “a la larga todo el mundo
se acostumbra”, hay que entender la humana reticencia a mutar, a
dejar a lo que se está acostumbrado, por lo nuevo.
Se trata de una costumbre secular, que no puede ser cambiada de
la noche a la mañana. Hace más de 100 años que estamos manejando
autos del modo en que lo hacemos hay, y un cambio a tientas,
promovido por motivaciones políticas más que como el resultado
de la natural evolución de la tecnología, siempre traerá muecas.
La introducción de la aviación comercial a reacción, al borde de
1960, fue uno de los grandes avances en la transportación aérea.
Pero no podía pedírsele a Donald Douglas a la sombra del ala de
su DC-3, que en el año 1935, pinchado por la política, fabricara
el DC-8, para lo cual la tecnología tenía que esperar a que
cuajase en el tablero de dibujo en 1955.
La administración de Biden tiene la suerte de que, a pesar de
los pesares, cuenta con la buena voluntad y el empeño que los
fabricantes están dedicándole a la electrificación. Debo ser tan
duro como tan franco: en medio de tanta politización de todo, y
con tanta eco-agenda, y cuerda WOKE, y conociendo la industria
como la conozco, mucho más allá de un legítimo entusiasmo que
hayamos visto en los fabricantes de autos por la electrificación…
tengo mis dudas de que los altos ejecutivos no estén rezongando
a las espaldas del presidente, porque yo lo haría. Es cosa de
dinero… Quienes deciden si aquel modelo de coche va a tener una
pulgada más o una pulgada menos de cristal en la pantalla del
infotainment, no es el diseñador de interiores como estás
pensando, sino los llamados “cuenta frijoles”, que son los
contadores de la firma, A LOS QUE LA FIRMA LES PAGA MUCHO DINERO
PARA QUE HAGAN QUE LA FIRMA GASTE MENOS DINERO y optimice el
resultado final (qué pena que esto ya no se lo puedas preguntar
a Lee Iacocca…). No lo sé, no lo he visto, no le he escuchado,
pero sabiendo que es cosa de inversión, de gastos, de costos,
cosa de precisamente la relación de estos dos últimos términos
citados (gastos y costos), en su relación con el precio que va a
tener el producto terminado en el propósito de hacerlo lucrativo,
a las automotrices tiene que, forzosamente, preocuparles esta
presión pública de meterle corriente a sus carros, cuando
financieramente, todo esto puede parecerse a la silla eléctrica.
¿Cómo si, desde que C.A.F.E. fue establecida por el Congreso en
1975, a las firmas de autos —y esto sí lo sé, lo he visto, lo he
escuchado…— sí les disgustan sus progresivas tasas mínimas de
MPG (cosa de la que por otro lado entienden su necesidad) porque
so pena de multa tienen que dedicar más presupuesto a ingenieros
y a la investigación para hacer un motor que trague menos, cómo
pues pueden estar tirando fuegos artificiales ante lo que sin
duda, por acceder a la coacción moral que hay en el aire de
“¡electrificad, electrificad, electrificad, es la consigna!”,
les puede desbalancear sus presupuestos? Yo —perdón por mi
franqueza, y perdón por mi desconfianza—, no me creo tanta
devoción. Pero, ¿quién le pone el cascabel al gato… quien le
decía que no a Stalin, en medio de tanto “entusiasmo
revolucionario” por la Carretera de Vladivostok? No es cuento de
caminos: según artículo publicado por FORTUNE online el 24 de
marzo de este año, pieza de la firma de Nicholas Gordon, Ford
Motor Company proyecta pérdidas de su División de Vehículos
Eléctricos de $3 billones en el 2023, tras írsele por el caño 2,
el año pasado.
Estas propuestas, como esta alzada de parada de la EPA, de esta
semana, sí son un desafío para los fabricantes de autos, una
industria a la que todo el mundo se siente en el derecho de
retar a duelo, y le exige, y le exige, y le exige… ¿Te acuerdas?:
cuando comenzó la crisis económica de 2007, y se dispararon los
precios del barril de petróleo en el mercado internacional, que
en ya para las primeras horas de enero de 2008 se rompió la
cinta de los $100 dólares, gobiernos y automovilistas le cayeron
encima a las marcas de carros para que, de la noche a la mañana,
viniesen con nuevas soluciones tecnológicas —hasta se habló de
motores que trabajarían con agua de coco, y hasta con detrito,
con lo cual al papa-móvil se le habrían hermanado el coco-móvil
y el caca-móvil— y se les exigió motores más económicos, por lo
que las automotrices se pusieron las pilas y en un santiamén, se
avanzó en apenas unos tres años en millas por galón, lo que no
se había avanzado en los últimos 15, ¡pero nadie se atrevió a
pedirle a las petroleras, a las refinerías, y a sus ingenieros,
que paralelamente obtuviesen más eficiencia en los combustibles!
¿Y qué pasa ahora? Pues ahora, ídem, a las automotrices se les
pide de nuevo que se pongan las pilas, pero que se las pongan de
verdad, que sean las monjitas del clima, las compresas frías del
calentamiento global, y por eso a la carrera, están invirtiendo
billones de dólares en fábricas de baterías y en tecnología para
apoyar a los EV’s. Los fabricantes no lo admitirán —o no lo
pensarán tal vez, porque formen parte de la borrachera ecológica
y también sean vectores de la política—, pero lo cierto es que
algunos movimientos de la sinfonía —si no toda ella— se ha ido
por el camino lleno de baches del partidismo. Pero más allá de
estas escogencias, interpretamos a esta propuesta de la EPA como
muy agresiva y muy alta para adelantar la electrificación en muy
pocos años. A nuestro modo de ver, estas demandas, a tenor del
caldeado ambiente político, nos parecen intimidatorias, muy a lo
limosna con escopeta, y están desconectadas de la cadena de
abastecimiento. La actualidad minera para la extracción de los
minerales en la cuantía que la producción integral de un volumen
notable de autos eléctricos requiere, está como a 10 años de
distancia de su potencial de suplencia. La mayor parte de los
componentes para las baterías, cuando no las baterías completas,
vienen de China. China lleva el 78% de la factura mundial total
de baterías de todo tipo, y también tiene el control crítico de
la minería para la producción de celdas (y no sólo de las
baterías: mírate, de arriba abajo, desde el cepillo con que te
peinas en la mañana, hasta la suela de los zapatos que calzas,
pasando por el celular que llevas en el bolsillo, estás más
chino que la Muralla).
Aunque se aduce que fabricaremos baterías aquí, con la intención
del divorcio comercial con China, la imparidad entre abastos y
producción, por el contrario, nos empuja a más dependencia de
ella… una dependencia que hoy creemos que en un momento fue
virtuosa y conveniente —acaso nunca lo fue—, pero que hoy es
perniciosa y peligrosa.
Todo esto es un rompecabezas a la loca, un juego totalmente
desarticulado. La ciudadanía sigue quejándose de la magra red
pública de recarga —en realidad hay muchas estaciones más de lo
que se cree—, pero eso será paulatinamente resuelto. La
administración de Biden dijo más temprano este año que tiene la
meta de colocar unas 500 mil recargadoras públicas antes del año
2030. Pero hoy por hoy todavía el tejido es insuficiente, pues
se necesitarían millones de recargadoras. La Casa Blanca también
ha separado un presupuesto de $5 billones de origen bipartidista
para un paquete de infraestructura que ayude a los estados de la
nación a construir una red de estaciones de recarga, junto con
corredores de energías alternativas en el sistema nacional de
autopistas.
Y, por otra parte, ¿dónde queda la capacidad de generación para
enchufar en avalancha los coches eléctricos? La mentalidad
liberal no está feliz con ninguna de las alternativas existentes:
no quiere combustibles fósiles… no quiere el carbón… no quiere
la generación nuclear… ¿so?
Todo, todo, todo, es contaminante… hasta el pedo de la vaca (no
bromeo; ¿no has óido hablar de eso?; búscalo en la red…).
La actual tecnología de captura y acumulación de energía solar
no da para mover el motor de un auto eléctrico. Los más rancios
críticos de los autos eléctricos aseguran que estamos tirando el
dinero por la ventana en esa alternativa motriz, porque dicen
que pronto sus propios propulsores la descartarán cuando se den
cuenta que las viables son las modalidades basadas en hidrógeno.
Y hay muchas más cosas que resolver. El cambio de autos de
combustión eléctrica a autos eléctricos dejará sin empleo a un
montón de gente en la industria de producción de automóviles, y
lo mismo pasará con el gran universo de talleres de reparación y
o de mantenimiento automotriz, y muchos mecánicos se quedarán
sin trabajo. Si pasáramos de la noche a la mañana de autos de
combustión interna a autos eléctricos, la industria de talleres
de lubricación, virtualmente desaparecerá; Jiffy Lube se
convertirá en un museo del pasado. Y ya está empezando a pasar:
Ford cortó 3 mil plazas en agosto del año pasado, y Stellantis
más de mil en febrero de este año. Cada vez que una fabricante
anuncia que se va del mercado un modelo tal, aún siendo éste
sustituido por uno nuevo eléctrico, ahí hay gente que pierde su
empleo.
Pero las automotrices persisten en su anuncio de que a partir de
un año específico —cuya cercanía está en la vecindad—, no
fabricarán más carros de combustión. En esa lista hace tiempo ya
que están Volvo y VW. Ya GM se ha sumado a ese inventario, y ha
prometido tal, comenzando en el año 2035.
No pienses que soy enemigo del auto eléctrico. No. Soy un
baby-boomer que jugó con autitos de batería, que me encantaban,
y cuando los sometía a “cirugía” para ver cómo operaban, me
fascinaba su simpleza, y desde los años 60 me preguntaba por qué
no hacían autos “grandes” o “de verdad’ basados en aquella
ingeniería elemental pero eficiente; finalmente, la ensoñación
llegó, cristalizó en un carro como Tesla, y los demás. Disfruto
los autos eléctricos cada vez que me toca uno en la rotación de
prueba de la semana. En mis años de ejercicio del Periodismo
Automotriz, desde 1996, he probado desde la primera generación
del Prius a principios del siglo XXI, hasta la reciente Ford
Lightning el otro día. Sólo que el modo loco —así pienso— en que
se promueve el fenómeno, máxime cuando según mi origen, detecto
y reacciono mal a bastidores políticos, me parece que la noria
no está girando como debe. Tal vez empezamos al revés. Sobre esa
pregunta de, ¿quién fue primero, el huevo o la gallina?, todavía
no se sabe… pero respecto del automóvil la incógnita nunca lo
fue: fue primero el auto, y luego las gasolineras y las
carreteras. Ya metimos la pata aquella vez pero, para tratarse
de finales del siglo XIX, la sangre no llegó al río. Mas ahora
es inconcebible que hayamos empezado por la cola antes que por
la cabeza: primero debimos tener recargadoras, y baterías con
comodidad, que autos eléctricos. Pero, ¿qué le vamos a hacer, si
desde Adán venimos tomando acciones equivocadas? A ver si nos
fijamos en Noé, caramba, que empezó por el arca… y por eso
navegó el diluvio.
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