Pepe
Forte 17 Sep 2023
DOMINGO DE FOTOARTE: "Tesoros de Carretera"... Querida Kombi.
Venimos hoy a otro episodio de DOMINGO DE FOTOARTE, esta vez (y… ¿anteriormente,
no?) fundiendo imagen con el universo de los automóviles, porque
justo un vehículo protagoniza el capítulo de turno.
Resulta que durante
años he venido alimentado una colección de instantáneas titulada
“TESOROS DE CARRETERA” —de las que pienso algún día organizar un
par de slide shows para colgar en mi cuenta de YouTube—,
consistente en fotografías de carros abandonados o en desuso (algunos
sin embargo, en activo), que he hallado al azar en carreteras en
muchos estados del país (USA), y de ahí el nombre.
Hace una semana ahora,
en las afueras de Baltimore, en Maryland, me topé con esta Kombi
tal vez ex-hippie, dedicada luego a propósitos menos estridentes,
como la venta de helados a niños, aunque ya ahora jubilada. No
persigo pretensiones artísticas con la foto, apenas el aspecto
anecdótico del hallazgo, y la alegría de encontrarnos en la
geografía americana en una carretera de segundo orden —que es
donde estos especímenes suelen aparecer— con un coche analecto.
La Volkswagen Kombi
fue —como todo lo que se le ocurrió a VW a principios de su
historia— una magnífica idea; un furgón de pasajeros que luego
diversificó en distintas funciones, expandiéndose a partir del
exitoso Beetle, antes que a ningún fabricante se le ocurriese el
actual fenómeno de las plataformas globales para, a partir de una,
montarle encima una diversidad de modelos.
La primera Kombi (conocida
también como Transporter, Microbus, Camper o Bulli), empezó a
venderse casi detrás del Escarabajo, en noviembre de 1949, pero le
tomó un tiempito en lograr el aprecio del que hacia a finales de
los años 50 ya disfrutaba. A aquella primera versión (que no es
esta de la foto), con el parabrisas dividido en dos secciones
planas y un conjunto de 12 ventanillas (algunas de ellas fijas,
inamovibles) no se llamaba como sí pasa hoy, T1, o Type 1, porque
hubo de venir una segunda que generación —que es la fotografiada—,
a la que se le identificó como T2 o Type 2, y de ahí la
nomenclatura ordinal del presente. La T2, que debutó en 1967,
estrenó un motor de más cubicaje, aunque aún pequeño (1.6 litros),
diminuto incluso si comparado con los portentosos V-8 de los
cíclopes de Detroit, aquellos lanchones sobre ruedas de al borde
de 1970.
Poco después adoptó el
motor de cilindros en dupletas horizontalmente dispuestas (como
los motores de Subaru), pero lo que conquistó a la clientela de
entonces fue su “invernadero”, o sea, una cristalera pródiga con
un parabrisas enterizo y semi-envolvente, y ventanillas laterales
amplias, lo mismo que el cristal de la portezuela trasera, más
grande.
Y claro que no podía
faltar al frente el magnífico logo circular de VW. Alemania dejó
de fabricar la Kombi (lo mismo que el Beetle) justo alrededor de
la fecha de debut de la T2, pero al mundo no le faltó ninguno de
los dos vehículos, porque México y Brasil se encargaron de poblar
al planeta de ellos (también Australia y Sudáfrica). Valoradas por
su versatilidad y confiabilidad, la T1 y la 2T se convirtieron
sobre todo por su capacidad y eficiencia, en el vector predilecto
una demográfica tan gregaria y menesterosa como los hippies, y así
la Kombi llevó sobre cuatro neumáticos no sólo el concepto
existencial del Flower Power, sino su estética, como una suerte de
Guernica generacional rodante, reinterpretado a lo Pop, a través
de cuyas ventanillas emanaba no sólo alguna canción de The Mamas &
The Papas, sino un envolvente olor a cannabis; salía más humo por
ellas… que del caño de escape.
Después de ésta, la de
la foto, la Kombi luego tuvo otras ediciones pero, ¡que va!, las
dos primeras son indiscutiblemente el “core” de su historicidad, y
por eso ostenta la envidiable categoría de vehículo antológico.
Lang Lebe, querida Kombi!
Feliz domingo, hippies y no hippies…
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